jueves, 2 de diciembre de 2010

La búsqueda perpetua (I)


Los pares eternos conviven desde su génesis en un letargo inconsciente, dentro de un mismo recipiente translúcido y luminoso denominado Habitáculo o Soma.
En su interior, el sujeto 1 (también llamado Emisor) y el sujeto 2 (Receptor) dormitan inmersos en un fluido violáceo o Materia.
Los eternos mantienen una relación simbiótica, unidos por un vínculo similar a un cordón umbilical o Nexo, que conecta el pecho del sujeto Emisor con el vientre del sujeto Receptor.
Comparten una existencia única, no individual, marcada por la autosuficiencia y la completa fusión de sus sensaciones, emociones y necesidades en una sola percepción.
Su división se desencadena a partir del desprendimiento de las paredes del Soma, y la posterior cristalización de la Materia. Al entrar en contacto con el exterior, se produce la ruptura del Nexo y la separación de ambos sujetos.
A partir de este momento, comenzará su existencia individual y su evolución en el exterior estará marcada por su incapacidad de recordar y por las características de su condición más primaria. Emisor y Receptor se transforman al desvincularse en Amante y Amado, e iniciaran una búsqueda perpetua e inagotable.
El individuo Amante, privado de la calidez del soma e incapaz de aclimatarse al exterior, quedará ciego y desorientado. En su angustia, buscará otro Habitáculo que compartir, aunque sus esfuerzos fracasaran invariablemente al intentar encontrar un nuevo Nexo con otros individuos. Su perseverancia lo hará pasar de intento en intento, alejándolo cada vez más de su objetivo.
El individuo Amado, frustrado por el rechazo del individuo Amante, caerá en una espiral de olvido de la que no será enteramente consciente. Desesperado, y ante la incapacidad de asumir su pérdida, dejará de preocuparse de su propia integridad y enfermará. Se convertirá en un buscador permanente y obstinado de su mitad original.
Ambos buscadores, quedaran así incompletos. La incapacidad de recordarse reducirá las posibilidades de su reencuentro hasta hacerlo casi imposible. La convergencia de los eternos, estará sujeta únicamente a la casualidad...

lunes, 29 de noviembre de 2010

Hasta donde sea posible llegar


“No te rías... ¿me has oído? Que no te rías”
Pero yo no podía dejar de reír. Él reía también, y su risa era musical, franca y, sobre todo, infantil.

Casi no le conozco, apenas sé quien es. Sólo he visto en él algunas pistas, aún indefinidas. Pero hay algo en su sonrisa que me recuerda a otra época, en la que era sólo una niña, cuando el cielo aún era de un azul brillante, y buscaba en las nubes formas de animales y personajes de cuento.

Cuando miro en su rostro encuentro un lugar lejano, y busco en él el columpio de mi patio, las carreras de bicicletas bajando la cuesta, la piscina, los cumpleaños con tarta y velas, las rodillas heridas siempre pintadas de rojo, las noches de cine de verano...

Y si miro demasiado tiempo en su sonrisa, lo mas probable es que me pierda en ese viaje en el tiempo dejándome deslizar por sus estrechas curvas a toda velocidad, y me sienta constantemente al borde de un colapso de felicidad. Y si deja de sonreír probablemente tenga que taparme la cara con las manos, aunque él sabrá que lloro, en un patrón repetitivo y atemporal.

“Por qué lloras” me dice, sabiendo de antemano que no hay respuesta, mientras una lágrima resbala por mi mejilla, como si un pensamiento triste se transformara en agua y se derramara y escapara de mi de esta manera. Me da un abrazo desenfocado, pero él hace que lo sienta como una parte de mi, que olvide mis miedos, mi tristeza, que olvide que aún no sé quien es, y que sólo quiera quedarme así eternamente, como si nunca hubiera existido nada más que nosotros dos y ese abrazo.

Sus ojos, como aquellos cielos brillantes llenos de blancas siluetas, piensan en lluvia. Es en ellos donde el dolor se vuelve más humano e insoportable. Por eso, vuelvo a sonreír y sólo quiero tocar su pelo oscuro, hundir la cara en su cuello, que me parece lugar cálido y seguro donde podría esconderme, como una niña, mientras pasan las tormentas, los truenos, la lluvia...

Como si adivinara mis pensamientos, me sonríe y pregunta “¿A donde vamos?”
Y yo le respondo “Te veo borroso” y me hago su misma pregunta, a donde vamos...

miércoles, 24 de noviembre de 2010