domingo, 10 de junio de 2007

La canción de cuna de Rae


Esta noche subí a la azotea. Estaba deseando llegar a casa y subir hasta aquí.
Desde mi azotea puede verse la luna. De pequeña me enseñaron que la luna era una gran mentirosa. Esta en cuarto menguante y parece una rodaja de melón albina.
También me enseñaron que el que mira mucho a la luna se vuelve loco, aunque aún no entiendo por qué.
Aquí arriba el aire se mueve más. La noche corre más rápido, con mil patitas que se mueven a toda velocidad convirtiéndose en estela negra con lunares blancos. Ojalá hubiera más estrellas que las que surcan esta noche el cielo, cargadas de pasajeros adormecidos.
En alguna de esas ventanas con lucecitas amarillas habrá alguien despierto, mirando a la luna, convirtiéndose en un lunático por querer memorizar cada detalle del oscuro cielo.
Me hace pensar en una noche, con amigos a los que apenas reconocería por la calle, antiguos lugares de recreo y normas incumplidas.
Era una noche calurosa del mes de julio, y los buenos amigos y la noche, la luz azul, y las estrellas. Puedo sentir el blando suelo bajo mi espalda, y la débil luz de un faro no muy lejano, arrojando algo de verdad entre las mentiras de la luna, que son pequeñas telarañas de nácar. Creo que ese es mi primer momento de soledad consciente, la que sentí rodeada de gente, pero sola en medio de la nada, y feliz de estarlo.
Pensé en Noon. Qué estará soñando. Quizás uno de esos finales traumáticos y futuristas que tanto le gustan, con una sociedad utópica e inocente, y un paisaje industrial de grandes chimeneas exhalando humo.
Noon, el gris de sus ojos y toda su existencia dentro de mi mente, viene y va.
Va, de nuevo, enredándose entre mis conexiones cerebrales, haciendo apuestas contra mi sinapsis, y ganando todas las carreras.
Va, de nuevo, pronunciando mi nombre, y pienso que volveré a oírlo dentro de un par de siglos, pronunciado de igual modo.
Allá va, fluyendo por mis venas, impulsándose de forma intermitente, como un pulso, igual que las medusas...
Allá va, anocheciendo en el horizonte de mi ventana.
Un gato se me acerca, me mira con sus grandes ojos grises, en silencio y me dice:
-A dónde crees que vas?
Pero sé que si pronuncio una sola palabra él desaparecerá.
Así que no digo nada.
Tengo quince, tengo veinte, veinticinco, treinta, cuarenta, sesenta y cien años. Puedo ser antigua como el mundo si me lo propongo, es muy posible. Vivo en todos los lugares, veo todas las estrellas.
Soy toda la gente que conozco.
Si soy capaz de recordar eso... ya puedo bajar a casa, a mi cuarto, y simplemente quedarme dormida mirando desde la cama el cielo a oscuras, o la incipiente claridad amarilla y azulada, que siempre aparece cuando mas hierve la sangre, cuando más se abren los párpados.
Es hermoso ver el cielo mientras intentas cerrar los ojos y dormir.
Es muy hermoso…

1 comentario:

Anónimo dijo...

¡Qué no te afecte lo del trabajo! Ya sabes: cuando se cierra una puerta se abre una ventana. Te mando un beso muy fuerte.